sábado, 16 de agosto de 2025

La vieja casona

Desde lo alto del azul se distinguía por su rojo tejado. Colindando con el valle ancestral, la vieja casona entrompaba a un Cuyuní que cambió sus aguas marrones por el negro asfalto y daba su espalda a la sierra grande que nació de la ola que vino de lejos y se hizo lugar para las dantas. 

Entre sus paredes habitaba el espíritu del pensamiento. La esencia del razonamiento y la interpretación. La naturaleza que convidaba a las profundidades de lo trascendente. En sus pisos de granito habían quedado impregnadas las huellas de blancas generaciones. De millones de pasos que conducían a otros caminos y nuevas etapas. Sus recintos guardaban los recuerdos de esfuerzos derivados en éxitos o fracasos. De sueños cumplidos o truncados. 

El alma que residía en la vieja casona era estricta pero noble. De altas cualidades morales. Caracterizada por su integridad. Por su afán de aprovechar al máximo los dotes personales y combinarlos con el esfuerzo colectivo mediante un ejercicio constante de integración. Su incansable intención era descubrir, desarrollar y fortalecer. Inocular el agente del razonamiento analítico que contribuye a la visión, a las decisiones acertadas y a la adaptabilidad. A las conclusiones lógicas y bien fundamentadas. Al liderazgo.

Pero el espíritu de la vieja casona también fue víctima del torrencial. Del maremoto que todo arrasó. No sobrevivió a la perfidia y naufragó llevándose consigo tesoros invaluables. Condenado a un ostracismo que le condujo a la Siberia del olvido sus aportes pasados y futuros fueron reducidos a la nada. A la inexistencia que solo genera vacío y desesperanza.

Arriado su estandarte, su mástil quedó huérfano y hambriento. El alma de la vieja casona, condenada a vagar por detrás de las huestes de la ignorancia, es testigo de como el inexorable tiempo empuja a quien sirve hacia la espiral descendente del atraso. Su bitácora, rica y pletórica de conocimientos en una época, ve cómo se amarillentan sus viejas paginas y quedan vacías las nuevas. Sin tinta que impriman modernas erudiciones su libro también enrumbó hacia su consumación final.

Más que millares fueron huéspedes de la vieja casona. Más que millares se  nutrieron de su sabia. Más que millares, con sus altos y bajos, lograron vencer la rompiente. Sus aguas derivaron en fuente de aprendizaje y crecimiento. En aparejo para la vida. En pertrecho para enfrentar retos y exigencias. En herramientas que no pierden filo ni vigencia. Pero más allá de lo individual, y sin obviar su natural perfectibilidad, la vieja casona era referente de un pensamiento grupal que contribuía fehacientemente a su evolución y crecimiento.

Hoy, como ayer, entristece el desguace. Sin embargo, para los nostálgicos reina una mezcla de salada melancolía con esperanzadora ilusión. La sana expectativa de un renacer. De una desextinción que permita el resurgir de la vieja casona y, por ende, de su ilustrativo aporte. Del resucitar de la Escuela Superior de Guerra Naval y de su condición como insigne bitácora del pensamiento naval venezolano.

jueves, 7 de agosto de 2025

El cantar de las ranitas

A la luz de un destartalado farol, y con la noche como telón de fondo, un hombre rumiaba sus pensamientos. Las coquis antillanas le hacían coro mientras la brisa le acariciaba la frente. Se perdía en sus cavilaciones acompañado por el canto de esas ranitas y el silbar de los alisios provenientes del noreste.

Completamente abstraído, el hombre se dejaba llevar y su imaginaria levitación le permitía otear allende la lejanía. Más allá de donde cielo y mar se confunden… allá donde se curva la tierra y la mirada de los mortales fenece.

Ensimismado, distinguió, entre sombras y brumas, un lugar. Uno que encerraba a todo un suspiro de quereres. En el que se arremolinaban vivencias y sentimientos. En el que se confrontaban verdades. Certezas que luchaban por enaltecerse como realidades.

Distinguió que ese careo, entre verdades y realidades, era sucio. Amañado. Desigual y cargado de amargas injusticias. En un principio no entendió del porqué de todo ello pues bien sabía que realidad y verdad son, esencialmente, distintas. Conceptos análogos dado el vinculo de semejanza que les une a pesar de la noción de diferencia que ciertamente encierra cada uno. 

Recordaba que la realidad refiere a lo que existe, a la cosa que ocupa tiempo y espacio. No importa que no se conozca o que se ignore, no por ello dejaba de existir, de ser real. En contraposición, la verdad se derivaba del proceso mediante el cual la razón percibe la realidad. 

Hablándose a sí mismo se reafirmaba que la verdad depende, por tanto, del intelecto, del conocimiento, de las variables particulares de cada quien. Ante la misma y única realidad, habrá tantas nociones de la verdad como sujetos con conocimientos, perspectivas o intereses distintos. Por ello se decía que “cada cabeza es un mundo”. Refrán que daba a entender que ante la inexorable realidad cada sujeto reacciona distinto y cada uno construirá su verdad.

Con suspicacia afinó la mirada y denotó la realidad. Su privilegiada elevación se lo permitía. Lo que observó no le exigía explayarse en mayores detalles. Hacerlo seria caer en la monotonía. En la letanía de todos los males que agraviaban, tanto, a las gentes de ese lugar como a su identidad cultural. 

A los lugareños la realidad les magullaba en lo físico, lo psíquico y lo espiritual. A su identidad, concepto etéreo, intangible pero sublime que recoge el sentido de existencia, conciencia, valores y cultura, valga decir su nacionalidad, la golpeaba tanto y tan, pero tan fuerte que, parafraseando a Storni, “su alma desnuda… angustiada y sola… iba dejando sus pétalos dispersos por doquier”

El hombre también observó que ante esa cruda realidad, convivían la verdad de unos y la de otros. Unos, y en un ejercicio de factorización por agrupamiento, la inmensa e inocultable mayoría. El amplio y diverso conglomerado obligado a ver como se le iba la vida en medio de vejámenes, necesidades insatisfechas, frustraciones y rupturas. Los otros, los menos. Quienes en un acto de aberrante prestidigitación intentaban vender la ilusión de un lugar posible que ya nadie quería mientras saboreaban con placer el amargo elixir con el que habían enfermado de muerte al lugar. 

Dantesca y antagónica escena. Sufrimiento por un lado y petulante gozo por el otro. Resiliencia y descaro. La realidad que representaba el fatídico maremoto en curso, derivaba, por tanto en dos verdades. La de aquellos que sufren la realidad y la de otros que se beneficiaban de ella. Pero al hombre le interesaba la de los sufrientes. No la otra, pues esa era una verdad alucinógena inducida por soporíferos ideológicos o anfetamínicas corruptelas que eran causa y efecto de todas las desgracias.

Atónito y desencajado, el hombre caldeo la mirada. La luz del destartalado farol tiritaba creando ráfagas de luz y oscuridad. El canto de las ranitas se hizo tan agudo que anunciaba una irremediable cefalea y las caricias de la brisa tornaron en abrupta cachetada. El acúfeno que lo abrazaba contradecía el absoluto silencio derredor y la terrible analogía del contraste entre el bien y el mal se hizo presente en forma de gélida ventisca. La visión de la realidad observada le había apuñalado el espíritu.

Ante tal tromba de sensaciones el hombre despertó de su abstracción y se sacudió los miedos. Aún sudoroso miró calle arriba y calle abajo percatándose que solo le acompañaba el placido cantar de las ranitas. Pero preocupado notó que el silencio era aturdidor. Doloroso incluso. Tenebroso. Incorporándose tomó una gran bocanada de aire y sintió frio. Echó una última mirada al destartalado farol y, vacilante, emprendió camino a su casa.

En su lento andar, acompañado por el cantar de las ranitas, el hombre se cuestionó melancólicamente… sus recientes visiones le atormentaban y para tranquilizarse recordó que alguna vez leyó que “todo pasa, solo queda la verdad”… en su caso, la verdad de los sufrientes… la verdad que reivindica la realidad… la verdad que exige reparación y se pliega a la no repetición de los tormentos. 


Saludable incertidumbre

La vida es un viaje. Una aventura a la inmensidad del océano. Un crucero que, entre claridades y brumas, nos enfila hacia la rompiente que nos hace subir y bajar. En el que se ríe y se llora. Periplo que depara éxitos o fracasos. Piélago que esconde alegrías y penas. Sueños y tormentos. Mar de aguas mansas y turbulentas que va definiendo, cual Jason y sus argonautas, a quienes zarpan en busca de su propio vellocino de oro.

La vida es un viaje maravilloso. Un descubrimiento constante. Travesía en la que, a decir de Heráclito, “nada es permanente a excepción del cambio”. Por ello nuestra existencia es dinamismo y transición perenne. Todo en ella posee un principio y un final. Un alfa y un omega. En el devenir de esa persistente variación es lógico que se genere el más difícil de los tormentos: la incertidumbre. Ella es fuente inagotable de ansiedad y temor. Estado difícil de sobrellevar que decanta en el ponto de las dudas y el desasosiego.

Pero con todo, según Conrad, “la mayor virtud de un buen marino es una saludable incertidumbre”. Y es que la energía encubierta de la incertidumbre reside en que puede transformarse en una invitación a la sabiduría. Esa que, traducida en conocimiento empleado con prudencia y sensatez, da pie a la anticipación inteligente que neutraliza los peligros imprevistos.

La incertidumbre, abstraída de su connotación negativa, puede tornarse en catalizador para la creatividad, la innovación, la adaptación e incluso para el crecimiento. Induce a la flexibilidad y nos educa en cuanto a la inevitabilidad del cambio. Es una oportunidad para la exploración de nuevas alternativas. Es por ende una claraboya que abre ojos a la sabiduría. Una ocasión para asumir serenamente las nuevas realidades de la vida. Una coyuntura para renovar el sentido de nuestra existencia y para generar el ímpetu que la conducirá hasta puerto seguro.

Incertidumbre y sabiduría pueden, por tanto, ir de la mano. Todo dependerá de nuestra actitud. Del chance que aproveche la segunda de la primera. De la entereza para sobreponerse a la angustia y al miedo. De la resiliencia. De la serenidad y el valor. De la visión que aborrece la inmediatez. De la inteligencia. Del saber. De la esperanza bien manejada. De la integridad que caracteriza al sapiente.

La mitología griega es una rica fuente de enseñanzas. Sus aportes, más allá de lo literario, han contribuido a la valoración de las distintas virtudes que hacen del hombre un ser extraordinario. El mito de Jason y los argonautas, que no escapa a ello, es una oda al viaje en que se constituye la vida. Una loa a la necesidad de enfrentar las incertidumbres que nos plantea nuestro paso por la terrenalidad. Una leyenda que incita al dominio de armas como el valor y la persistencia para encarar lo desconocido. Una inspiración que sirvió a Conrad para reafirmar que la sabiduría también se nutre de las más encapotadas incertidumbres.


viernes, 1 de agosto de 2025

Entre luces y sombras

El claroscuro es una técnica pictórica correspondiente a la pintura clásica empleada para crear fuertes contrastes entre luces y sombras. Con ella los artistas del renacimiento y del barroco buscaban mostrar u ocultar, con mayor o menor intensidad, los volúmenes que conformaban la escena de sus respectivas obras. Así jerarquizaban la visual del espectador y le invitaban a una apreciación caracterizada por la disparidad de las claridades y sus consecuentes sensaciones de tensión y armonía.

Pero en otros contextos el claroscuro se afianza en su acepción de contradicción. En la yuxtaposición que implica la convivencia de elementos o actitudes antagónicas. Como la mezcla no controlada y efervescente de los rasgos de una persona. Cóctel que degenera en pensamientos y comportamientos disfuncionales. Condición que de no superarse atrapa al individuo en una especie de purgatorio en donde busca purificarse pues no encuentra como equilibrar sus angustias con sus alegrías. 

Encarcelado en un mal manejo emocional la persona puede perderse en un limbo de dificultades anímicas y conductuales que pueden conducirla a una mala gestión de todos los aspectos de su vida. Entre ellos el de la dicotomía de la responsabilidad.

La responsabilidad es un valor ético moral que se concreta por intermedio de la conciencia desarrollada de cara a las obligaciones contraídas y por la actitud de asumir las consecuencias de los actos propios. Implica la capacidad para discernir entre lo correcto y lo incorrecto y el apego por cumplir con los deberes que se derivan de la convivencia en sociedad. Está, por tanto, íntimamente relacionada con la toma de decisiones y la admisión de las resultas.

La dicotomía, por su parte, apunta a la tensión que surge entre la responsabilidad y su antónimo. Dinámica de disyuntivas que arrastra con su caudal a cada uno de los términos que definen a esa relación binaria. Pero esa dicotomía se hace aún más compleja cuando, en la misma persona, se presenta en algunos ámbitos y en otros no. Por ejemplo: muy responsable en el plano laboral pero irresponsable como padre.

Las personas perdidas en el laberinto de la irresponsabilidad son prisioneras de su propia dificultad para visualizar soluciones. Poco propensas a los sacrificios y con enormes limitaciones para tomar decisiones de alto impacto en su vida. Su incapacidad para generar una visión holística de su propia existencia les impide encontrar ese equilibrio y esa armonía que son requeridas para conciliar todas las dimensiones amarradas a su realidad.

Por ello, quienes caen, por ejemplo, en las telarañas de la paternidad irresponsable obvian el gravísimo impacto de sus fallos y omisiones. Someten a los hijos al abandono creando carencias afectivas y resentimientos. Afectaciones al desarrollo emocional y cognitivo. Inseguridades y deficiencias económicas. Todas desventajas en el proceso de desarrollo integral de los niños. Menores que, al ser adultos, sopesaran y sufrirán, consciente o inconscientemente, los costos a los cuales fueron sometidos durante la niñez. Ergo, desde las fauces de la irresponsabilidad se apuesta al peligro futuro. Solo el accionar de otro actor responsable les salvará de esa boca amenazante.

El irresponsable es, por tanto, un agente de perturbación social que altera el adecuado funcionamiento del grupo al cual pertenece. No aporta al bien societal y su actitud lo convierte en un ente que lejos de fomentar la cohesión y la colaboración la obstaculiza. Su conducta se transforma en un lastre para su individualidad y para el mundo que le rodea.  

El irresponsable omite que "el que vive en armonía consigo mismo, vive en armonía con el universo”. Pero más allá de ello olvida que entre sol y sombra no queda nada oculto. El claroscuro nunca será suficiente para mimetizar la realidad. Para contenerla, pues esta, cual burbuja que busca la superficie, siempre saldrá a flote. Por ello, las consecuencias de su actitud insensata siempre, pero siempre, le alcanzarán y le cobrarán.

Rembrandt, un insigne maestro del barroco, no solo empleaba el claroscuro para iluminar figuras y crear efectos dramáticos, sino para profundizar en la naturaleza y las complejidades de sus personajes… disonancias que apuntaban a los conflictos internos y externos… a las angustias y a las alegrías… a los claros y a los oscuros del comportamiento humano. Como las luces que residen en los valores éticos morales y las sombras de la tenebrosa irresponsabilidad.


Érase una vez

Érase una vez un lugar en donde el azul convivía con el verde… donde las playas se emparentaban con los picos nevados y las llanuras guiñaban un ojo a las profusas selvas. Érase una vez un paraje que contaba con la bendición del Altísimo… tanto así que bastaba con levantar la mano para comer de la fruta que se da por doquier. Érase una vez que los moradores de esa tierra enfermaron. Los de arriba y los de abajo. Érase una vez que se instaló la anomia.

En esos andurriales algunos letrados afirmaban que la anomia era ausencia de ley. Pero otros doctos también decían que podía entenderse como la incapacidad de los de arriba de crear y asegurar las condiciones para que los de abajo pudieran alcanzar sus sueños.

Cuenta la leyenda que en esas tierras se vivía una clara situación de anomia pues quienes regían sus destinos, los de arriba, demostraban una ignorancia supina en cuanto a lo que debían hacer. Por eso no hacían nada… o por lo menos algo que valiera la pena. Su interpretación de ese crear se limitaba a las ideologizadas dádivas que intentaban trastornar la idiosincrasia de los de abajo en cuanto a las virtudes relacionadas con el estudio y el trabajo, el sacrificio y la abnegación. Limitando su futuro a la hipocresía de una falsa limosna.

Por ello, en la tierra en donde el azul convivía con el verde, la anomia había conducido a los de abajo a una preocupante situación. A una crisis que era integral y de impacto desestructurador. Los de arriba la negaban pero nadie en su sano juicio podía obviar el desmantelamiento institucional, ni el desmoronamiento de la economía, ni el auge de la pobreza, ni la desnutrición, ni la precaria atención a la salud, ni la inoperancia de los servicios públicos, ni el auge de la migración convertida en vergonzosa diáspora, ni la criminalización de la nacionalidad. O la educación en condición de capa caída. Menos aún la depresión que a muchos embargaba. En síntesis, el atraso hecho metástasis.

Atrapados entre la ausencia y la incapacidad, los de abajo se preguntaban ¿existiría alguna familia en el lugar donde las playas se emparentaban con los picos nevados que estaba exenta de alguna de esas calamidades? Difícilmente. Si no los agarraba el chingo los agarraba el sin nariz.

En ese lugar donde las llanuras guiñaban un ojo a las profusas selvas, los de arriba desperdiciaron su oportunidad. Echaron por la borda ingentes recursos y zozobraron entre las marejadas de la ineficiencia, la corrupción y el vandalismo. Naufragaron en medio de un melange ideológico sin pies ni cabeza. Su utópica bandera degeneró en distopía caracterizada por un declive catastrófico de la vida (de los de abajo). La ceguera les impidió enmendar, corregir y reorientar pues más pudo la tozudez y el apego a la depravación. Estaban ebrios de su propia degeneración y disociados de toda realidad.

Perdidos en ese paraje que alguna vez contó con la bendición del Altísimo, los de abajo asumieron la frustración de sus viejas y ya rancias expectativas. Soterradas y al frío de su necrópolis estas mutaron primero en desencanto para luego recalar en animadversión. En tanto, rezaban por un renacer. Oraban por un reacomodo que abriera las puertas de la modernización y la eficiencia. Una que condujera hacia el sendero de la motivación y las garantías. Por los caminos de la inviolabilidad de las libertades individuales y en donde se asegurara la igualdad ante la ley. En el que imperara la coherencia entre el bienestar y el progreso.

En esa tierra del érase una vez los hechos no dejaban de existir porque se les ignorara. Estaban allí y respiraban a la nuca de los de abajo con su aliento de estrago y perversión. Alimentando con su desolación a la maquina que en constante marcha atrás les enrumbaba hacia estadios que en algún momento ya habían sido superados. 

Por todo ello, el paraje en el que bastaba con levantar la mano para comer de la fruta que se da por doquier requería de una ayuda para vencer la anomia que le carcomía… de un impulso para que volviera a ser lo que érase una vez… una tierra prospera y referencia de virtudes. Suplicaba por un hálito que lejos de expulsar vicio le inculcara nuevos aires. Por frescas brisas que trajeran nuevas perspectivas de viejas añoranzas. Imploraba por tifones de esperanza y futuro.

Érase una vez una tierra de gracia… una que sigue esperando una ventana a la luz. Una que permita el retorno definitivo de lo que érase una vez y nunca debió dejar de ser…

Érase una vez un rincón con una esperanza que aspiraba a no envejecer de tanto esperar.

miércoles, 23 de julio de 2025

Sigmund y las anguilas

En 1876, un joven Sigmund Freud viajó a Italia con la esperanza de resolver un enigma que frustraba a los científicos de la época: los testículos de la anguila. Al final, el imberbe Sigmund nada resolvió y la misteriosa vida sexual de este pez no se aclaró sino hasta 1922. Ese año se descubrió que los anguílidos europeos solo desarrollan testículos cuando parten en un viaje sin retorno hacia el sexo y la muerte desde los ríos del viejo continente hasta las saladas aguas del Mar de los Sargazos.


Al contrario que las anguilas, algunas personas poseen testículos…de más. O “bolas” como manda la cotidianidad criolla. El termino, en su sentido vulgar,  nutre a los diccionarios especializados en “venezolanismos” en cuyas paginas se identifican hasta 32 expresiones con el sustantivo “bola”. Su empleo, por  demás recurrente, es de amplio espectro y discurre desde la virilidad hasta las emociones más diversas.  


Por ejemplo…el ¡qué bolas!, en su acepción de indignación, para referirse al circo materializado en “quid pro quo” ideológico cuando la seriedad torna en payasada amante de la marginalidad y se pierde toda noción y/o capacidad para discernir entre lo irrelevante, lo necesario, lo importante o lo urgente. 


También tenemos el ¡tú si tienes bolas! o ¡este si tienes bolas!. Entendido como descaro y empleado en cuanto el sujeto de la expresión comete una torpeza que traduce ignorancia supina, lleva a cabo insípidas declaraciones que encierran sentimientos de resentimiento o ejecuta acciones perversas de hecho injustas y estériles de cara a los supuestos objetivos que persiguen.

Y qué decir del ¡hasta las bolas! que emerge en cuanto aparece la ridiculez y el irrespeto. Burla y reclamo de cara a la burda excusa que se profiere ante el hecho incuestionable de no haber cumplido con lo que se debía.

Sumidos en un incesante dolor testicular algunos están atrapados en un circulo vicioso en el que anidan absurdos, agravios y represalias. Sociopatías que son reflejos de fanatismos y cegueras, egos y visos despóticos. Primitivismos que desconciertan y conducen a la oscura caverna de las frustraciones. Personas perdidas en el marasmo de sus propias incompetencias y cuyo único objetivo (¡de bolas!) es la defensa a ultranza de su particular y oprobioso interés a cuesta de otros tantos que castigados, venidos a menos y trasmutados en desconcertado vulgo, descienden aceleradamente a estratos inimaginables.


En este mundo complejo muchas tierras prometidas se han convertido en terreno arrasado por la involución. En campos de desolación y atraso gracias a los que sufren de poliorquidismo. Sin embargo, de entre las tinieblas de la anomalía surge el eco del “no te rindas, por favor no cedas” de Mario Benedetti. La gente decente, sensata y prospera es mayoría y aspira a más. Ellos representan una sustanciosa reserva espiritual. Una superior y perseverante. 


Y es que “el hombre superior es el que siempre es fiel a la esperanza…” pues “no perseverar es de cobardes” dixit Euripides. Las mayorías que anhelan un renacer y una calidad de vida signada por la decencia y el progreso invocan a la esperanza y están dispuestas a perseverar en el intento de reconstruir el presente y asegurar un futuro en el que lo digno, lo decente y lo culto prevalezca. 


Freud no pudo develar el misterio de las anguilas pero hizo un aporte fundamental a la humanidad en cuanto al descubrimiento de la vida psíquica inconsciente. Quizás la frustración en cuanto al enigma testicular de las anguilas le hizo comprender que para corregir, crecer y prosperar no hace falta nadar hasta el Mar de los Sargazos. Basta conque brote lo que siempre ha estado allí: esperanza y perseverancia. 


Liderazgo y pausa estratégica

En la música, una pausa es un intervalo donde se deja de interpretar. En la lingüística una interrupción de la fonación. Pero la pausa es más que todo ello. En el campo del liderazgo, más que una interrupción, la pausa es un desahogo. Es un momento crucial que coadyuva a la gestión de las emociones y a la creatividad. Una llave que abre el candado de las reflexiones e incluso las puertas hacia la introspección. La pausa corta de raíz el frenesí y abre camino a las nuevas perspectivas. En su sosiego invita a la evaluación y brinda la oportunidad a nuevos rumbos.


Como artilugio para el liderazgo, la pausa se compromete con el poder del silencio. Es deber del líder comprenderlo pues dominar el silencio va más allá del simple mutismo. Es entender que esa mudez ingeniosa es aparejo comunicativo que permite llamar a la concentración, motivar a la ponderación y favorecer la captación e importancia del mensaje. El silencio enfatiza la seriedad y subraya un gesto de circunspecto liderazgo.


La pausa no debe ser confundida con ralentizaciones. Al contrario, sirve a la claridad y al propósito. Es un paso atrás que luego torna en impulso. Una levitación que nos eleva por encima del árbol y nos permite observar el bosque. Que otorga los tiempos que engendran visión. Por todo ello, la pausa es una herramienta para el líder. Es instrumento que contribuye a la elección de las palabras adecuadas, a la selección de los plazos acordes y a lidiar con la inmediatez que nace de la premura ciega.


En concordancia con lo expresado ha de enfatizarse que la pausa no se limita a propósitos discursivos. Su empleo alcanza los niveles de la apreciación y de la ejecución estratégica. Alimenta a los procesos de planificación en su devenir de decisiones y posterior puesta en practica. Su empleo inteligente puede ser crucial al momento de marcar ritmos en la evolución de los acontecimientos y su impacto puede ser concluyente en los resultados.


La historia universal es prolija en ejemplos de la relación entre el liderazgo y la pausa. A titulo ilustrativo bastan dos casos emblemáticos en el uso de la pausa estratégica. Y no solo durante el discurso sino en el manejo de las ocasiones vinculadas con el desarrollo del hecho histórico. Winston Churchill y Charles De Gaulle.


Ambos, figuras notables del siglo XX, fueron estadistas, lideres y oradores excepcionales. Compartieron el mismo sentimiento de férrea oposición al nazismo y lo combatieron hasta vencerlo. Los dos coincidían en la prospectiva de una Europa unida que pudiera dar cara a cualquier amenaza futura. Pero con todo y ello poseían marcadas diferencias producto de la disyuntiva entre el pragmatismo y el nacionalismo que se generaba como consecuencia de las exigencias de la guerra. Situación que decantó en una tensa relación que en ocasiones se tornó agria.


Pero a los efectos de lo que nos ocupa tanto Churchill como De Gaulle, y salvaguardando las diferencias entre los estilos y las idiosincracias, empleaban en su oratoria pausas estratégicas para dar énfasis, crear un ambiente de expectación, sembrar emotividad y establecer una conexión profunda con sus naciones. Hablaban con autoridad y sin ambigüedades. Todo ello mientras cuidaban el ritmo de sus palabras a fin de evitar la pesadez y mantener el interés. Aparte, se adornaban con gestos que completaban una alocución portentosa y por demás memorable.


En materia de accionar político, y sin dejar de lado las relativas posiciones de poder de ambos personajes, los dos hacían uso de la pausa estratégica como un artilugio para ganar tiempo y movilizar recursos tanto en el campo de la política interna como en la diplomática y la estrictamente militar. Ese sosiego, que no distracción, también permitía trabajar en la moral de la población y fomentar, por intermedio de la comunicación inspiradora y esperanzadora, la union nacional.


El empleo de la pausa estratégica como instrumento de desaceleración es perfectamente extrapolable a casos menos grandilocuentes pero para nada menos importantes. No necesitamos ser Churchill o De Gaulle. Solo aprender de sus ejemplos. Un líder, a cualquier nivel debe, por definición, dirigir, influenciar y motivar. Y en ese afán, la pausa estratégica puede ser piedra angular de un liderazgo que se aprecie como integro y eficiente. 

martes, 22 de julio de 2025

Raciocinio

La naturaleza del ser humano se caracteriza por su complejidad. Nuestra esencia se asemeja a un laberinto en el que se entrecruzan e interactúan distintos y variados factores. Esa complejidad permite que seamos únicos en lo individual y diversos en lo colectivo. En esa relación cada persona aporta al conjunto y con ello promueve el desarrollo que se ampara en la combinación de distintas perspectivas. Ergo, la singularidad contribuye a la riqueza de la pluralidad. En esa correlación el pensamiento juega un rol determinante pues pensar conduce a la reflexión y a la valoración constante, tanto del yo como de nuestro entorno. 


Partiendo de la premisa aristotélica de que “el hombre es un animal político” podemos inferir que para vivir en una sociedad organizada el hombre debe ser capaz de exponer sus ideas y oponerlas a las de su contraparte sin temor a los antagonismos.


Por ello, el pensar es de por sí un acto de valentía. Acto que muta en coraje en cuanto somos capaces de expresar públicamente nuestros pensamientos, nuestras ideas. De presentar opiniones resultantes de un análisis imparcial, amparado por la lógica, la argumentación y el razonamiento. Sin miedo a la critica, pues esta permite que se presenten los discernimientos. Una actitud crítica seria implica, más allá de una inquietud: un debate. Y eso es sano pues coadyuva a construir un circulo virtuoso compuesto por el pensamiento, la opinión, la crítica y de nuevo el pensamiento para rectificar o sostener.


En todo caso, disentir no es pecado en tanto amarremos nuestras discrepancias a la correcta argumentación. La que se ampara en la racionalidad que surge de las evidencias, de los hechos, de la realidad. Pensar, por tanto, es razonar.


El mundo de hoy nos exige inteligencia, reflexión y autonomía critica para contrarrestar las irreverencias de una onda de dogmatismo y fundamentalismo que pretende descaradamente adueñarse de la verdad absoluta. Decía Octavio Paz que “la ceguera biológica impide ver, pero la ceguera ideológica impide pensar”. Dejarse arrastrar por visiones ideológicas que contradicen lo real es un absurdo que deja muy mal parado a quien se cobija a su sombra. Triste acción que denota inmadurez y necedad, por no decir escaso intelecto. Obviarlo es echar por la borda la principal característica de nuestra especie: el raciocinio.

lunes, 21 de julio de 2025

Conciencia hipotecada

Leyendo los escritos de un amigo recalé en una frase que sentenciaba: “Lo más triste y terrible de un alma es tener la conciencia hipotecada”. Y me quedé pensando en esa afirmación, tratando de desmenuzarla a los efectos de interpretar la esencia de cada palabra y de puntualizar el mensaje que, como todo aforismo, transmite de manera subliminal.


Etimológicamente, la palabra “alma” proviene del latín “ánima” y en concordancia con la perspectiva cultural y filosófica del catolicismo, puede interpretarse como una entidad abstracta que define la individualidad del ser humano y que se manifiesta con el génesis de la vida misma (también conocido como “soplo vital”). En materia filosófica, Platon la definió como “el principio divino e inmortal que nos faculta para la vida y el conocimiento”. A su entender, Platon identificaba tres componentes en el alma: “el deseo, la pasión y la razón". Y en su concepción de una sociedad ideal identificaba a los filósofos gobernantes con la razón, a los guerreros con la pasión y a los trabajadores con el deseo.


En tanto, la “conciencia” hace referencia al estado de cognición que se atribuye a una persona. Se corresponde con el proceso de reflexionar acerca de los actos propios o ajenos, su relación con los estándares ético morales y la valoración que se otorga a la consecuencia de los actos. La conciencia puede ser individual, cuando esta referida a la persona y al cómo lo afecta su entorno. Y social, cuando se vincula con los miembros de la sociedad a la cual pertenece y de cómo es afectada por su contexto.


Por su parte, “hipotecar” hace referencia a la acción de comprometer un bien por un tiempo determinado hasta tanto se cumpla con un compromiso adquirido.


De modo que se podría inferir que “lo más triste y terrible para un individuo consiste en convivir comprometido con las consecuencias ético morales de sus actos”. 


La deducción en cuestión apunta a la culpa, a la responsabilidad personal y al entramado de quien se siente atrapado en las redes de sus propias acciones u omisiones. Su solo enunciado ya es un llamado a la expiación. Al reconocimiento del error, al arrepentimiento y a la búsqueda de salidas que permitan enmendar el daño generado. A la reparación, a la purificación y a la reconciliación del alma con lo divino. Una vuelta a la calma que busca la paz interior. Al reencuentro con el sosiego y la tranquilidad en la almohada… indistintamente de los deseos, las pasiones o las razones motivantes de la terrible y exasperante hipoteca. 

domingo, 20 de julio de 2025

Amor y numen

El amor es un sentimiento incorpóreo, intangible pero real. Una inclinación afectiva en la que la entrega juega un rol protagónico. Es un aceptarnos tal y como somos. Una sensación en la que los pasados se difuminan para crear un presente exento de interrogantes y contestaciones. El amor es el “sé que voy a quererte sin preguntas, sé que vas a quererme sin respuestas” de Benedetti. Un constructo para ser feliz. Una hoja en blanco en la que escribir una nueva historia.

Por ello, el amor se presenta como una serendipia. Como un hallazgo tan inesperado como afortunado. Epifanía sencillamente inefable. Como destello del sol que rompe, cual celofán, toda oscuridad. Cual mangata… ese camino de luz que deja la luna al reflectarse en el agua. Por ello, el amor es fusión de sol y luna. Aparente paradoja que realmente traduce serenidad, compenetración y estabilidad bajo los influjos del eros, el ágape y la philia.


Así es mi amor por Andreína. Una dinámica de vida en la que ella es mi soporte y yo el suyo. Una relación en la que anida lo romántico y pasional entrelazado con sentimientos de ternura, preocupación y cuidado por el otro. De amor altruista. De entendimiento y amistad en pareja. De admiración recíproca. Un amor bonito pero imperfecto que se nutre de nuestra madurez y de nuestros deseos por crecer y trascender. Que encuentra satisfacción en la felicidad mutua y en la materialización de nuestro proyecto común de vida.


Mi existencia, como la de todos, es un avatar. Vicisitudes y batallas por librar. Ante esa realidad, Andreína es mi refugio y mi tesoro. Ella es mi pneuma, el aliento vital que me inspira y motiva. Amor y numen. Esencia de esta descripción de mis sentimientos. 


Te amo Andreína.

sábado, 19 de julio de 2025

Los árboles de la esperanza

A la sombra de los árboles se cuecen las esperanzas. Allí donde la brisa refresca y las hojas mitigan el calor. Al resguardo de la naturaleza y con la vista puesta más allá del presente, los que sueñan viajan allende el hoy y se pasean por los anhelos. Arman y desarman los deseos. Apaciguan las calamidades del momento y se sacian con las aspiraciones de un mejor futuro. No es solo un ejercicio de resiliencia sino un reto a las adversidades. Un desafío vestido de pundonor. Una provocación a la vida misma. 


Sin certezas, pero con brío, aspiran a que las paletas del mañana pinten otros colores. Más claros, menos oscuros. Más vivos, menos muertos. Que dibujen ríos de felicidad y prosperidad. Corrientes que dejen atrás desgracias y decadencias. Estampas que trascienden al yo y se extrapolan a hijos y nietos. A ellos que son encarnación del porvenir. Retrato de todo lo bueno que brinda la tierra. 


¿Por qué no? ¿Por qué no? La interrogante retumba como un trueno. ¿Por qué no? Si bregan antes del primer rayo del astro rey. Si soportan y aguantan. Si solo reposan cuando la luna ya es vieja. Si el cielo es justicia, el azul que se cuela entre las ramas debe aseverarles que sí, que sí puede ser…


Para ellos la esperanza es un respiro. Una bocanada de oxígeno. Una ilusión que saca sonrisas y trae consigo la promesa de una mejor vida. Una que es mérito para quien todo lo da. Una que regale a los suyos del hoy y del mañana la concreción que aporta la dulce sombra. Las que regalan los árboles de la esperanza.

La vieja casona

Desde lo alto del azul se distinguía por su rojo tejado. Colindando con el valle ancestral, la vieja casona entrompaba a un Cuyuní que cambi...