Desde lo alto del azul se distinguía por su rojo tejado. Colindando con el valle ancestral, la vieja casona entrompaba a un Cuyuní que cambió sus aguas marrones por el negro asfalto y daba su espalda a la sierra grande que nació de la ola que vino de lejos y se hizo lugar para las dantas.
Entre sus paredes habitaba el espíritu del pensamiento. La esencia del razonamiento y la interpretación. La naturaleza que convidaba a las profundidades de lo trascendente. En sus pisos de granito habían quedado impregnadas las huellas de blancas generaciones. De millones de pasos que conducían a otros caminos y nuevas etapas. Sus recintos guardaban los recuerdos de esfuerzos derivados en éxitos o fracasos. De sueños cumplidos o truncados.
El alma que residía en la vieja casona era estricta pero noble. De altas cualidades morales. Caracterizada por su integridad. Por su afán de aprovechar al máximo los dotes personales y combinarlos con el esfuerzo colectivo mediante un ejercicio constante de integración. Su incansable intención era descubrir, desarrollar y fortalecer. Inocular el agente del razonamiento analítico que contribuye a la visión, a las decisiones acertadas y a la adaptabilidad. A las conclusiones lógicas y bien fundamentadas. Al liderazgo.
Pero el espíritu de la vieja casona también fue víctima del torrencial. Del maremoto que todo arrasó. No sobrevivió a la perfidia y naufragó llevándose consigo tesoros invaluables. Condenado a un ostracismo que le condujo a la Siberia del olvido sus aportes pasados y futuros fueron reducidos a la nada. A la inexistencia que solo genera vacío y desesperanza.
Arriado su estandarte, su mástil quedó huérfano y hambriento. El alma de la vieja casona, condenada a vagar por detrás de las huestes de la ignorancia, es testigo de como el inexorable tiempo empuja a quien sirve hacia la espiral descendente del atraso. Su bitácora, rica y pletórica de conocimientos en una época, ve cómo se amarillentan sus viejas paginas y quedan vacías las nuevas. Sin tinta que impriman modernas erudiciones su libro también enrumbó hacia su consumación final.
Más que millares fueron huéspedes de la vieja casona. Más que millares se nutrieron de su sabia. Más que millares, con sus altos y bajos, lograron vencer la rompiente. Sus aguas derivaron en fuente de aprendizaje y crecimiento. En aparejo para la vida. En pertrecho para enfrentar retos y exigencias. En herramientas que no pierden filo ni vigencia. Pero más allá de lo individual, y sin obviar su natural perfectibilidad, la vieja casona era referente de un pensamiento grupal que contribuía fehacientemente a su evolución y crecimiento.
Hoy, como ayer, entristece el desguace. Sin embargo, para los nostálgicos reina una mezcla de salada melancolía con esperanzadora ilusión. La sana expectativa de un renacer. De una desextinción que permita el resurgir de la vieja casona y, por ende, de su ilustrativo aporte. Del resucitar de la Escuela Superior de Guerra Naval y de su condición como insigne bitácora del pensamiento naval venezolano.