martes, 22 de julio de 2025

Raciocinio

La naturaleza del ser humano se caracteriza por su complejidad. Nuestra esencia se asemeja a un laberinto en el que se entrecruzan e interactúan distintos y variados factores. Esa complejidad permite que seamos únicos en lo individual y diversos en lo colectivo. En esa relación cada persona aporta al conjunto y con ello promueve el desarrollo que se ampara en la combinación de distintas perspectivas. Ergo, la singularidad contribuye a la riqueza de la pluralidad. En esa correlación el pensamiento juega un rol determinante pues pensar conduce a la reflexión y a la valoración constante, tanto del yo como de nuestro entorno. 


Partiendo de la premisa aristotélica de que “el hombre es un animal político” podemos inferir que para vivir en una sociedad organizada el hombre debe ser capaz de exponer sus ideas y oponerlas a las de su contraparte sin temor a los antagonismos.


Por ello, el pensar es de por sí un acto de valentía. Acto que muta en coraje en cuanto somos capaces de expresar públicamente nuestros pensamientos, nuestras ideas. De presentar opiniones resultantes de un análisis imparcial, amparado por la lógica, la argumentación y el razonamiento. Sin miedo a la critica, pues esta permite que se presenten los discernimientos. Una actitud crítica seria implica, más allá de una inquietud: un debate. Y eso es sano pues coadyuva a construir un circulo virtuoso compuesto por el pensamiento, la opinión, la crítica y de nuevo el pensamiento para rectificar o sostener.


En todo caso, disentir no es pecado en tanto amarremos nuestras discrepancias a la correcta argumentación. La que se ampara en la racionalidad que surge de las evidencias, de los hechos, de la realidad. Pensar, por tanto, es razonar.


El mundo de hoy nos exige inteligencia, reflexión y autonomía critica para contrarrestar las irreverencias de una onda de dogmatismo y fundamentalismo que pretende descaradamente adueñarse de la verdad absoluta. Decía Octavio Paz que “la ceguera biológica impide ver, pero la ceguera ideológica impide pensar”. Dejarse arrastrar por visiones ideológicas que contradicen lo real es un absurdo que deja muy mal parado a quien se cobija a su sombra. Triste acción que denota inmadurez y necedad, por no decir escaso intelecto. Obviarlo es echar por la borda la principal característica de nuestra especie: el raciocinio.

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