La vida es un viaje. Una aventura a la inmensidad del océano. Un crucero que, entre claridades y brumas, nos enfila hacia la rompiente que nos hace subir y bajar. En el que se ríe y se llora. Periplo que depara éxitos o fracasos. Piélago que esconde alegrías y penas. Sueños y tormentos. Mar de aguas mansas y turbulentas que va definiendo, cual Jason y sus argonautas, a quienes zarpan en busca de su propio vellocino de oro.
La vida es un viaje maravilloso. Un descubrimiento constante. Travesía en la que, a decir de Heráclito, “nada es permanente a excepción del cambio”. Por ello nuestra existencia es dinamismo y transición perenne. Todo en ella posee un principio y un final. Un alfa y un omega. En el devenir de esa persistente variación es lógico que se genere el más difícil de los tormentos: la incertidumbre. Ella es fuente inagotable de ansiedad y temor. Estado difícil de sobrellevar que decanta en el ponto de las dudas y el desasosiego.
Pero con todo, según Conrad, “la mayor virtud de un buen marino es una saludable incertidumbre”. Y es que la energía encubierta de la incertidumbre reside en que puede transformarse en una invitación a la sabiduría. Esa que, traducida en conocimiento empleado con prudencia y sensatez, da pie a la anticipación inteligente que neutraliza los peligros imprevistos.
La incertidumbre, abstraída de su connotación negativa, puede tornarse en catalizador para la creatividad, la innovación, la adaptación e incluso para el crecimiento. Induce a la flexibilidad y nos educa en cuanto a la inevitabilidad del cambio. Es una oportunidad para la exploración de nuevas alternativas. Es por ende una claraboya que abre ojos a la sabiduría. Una ocasión para asumir serenamente las nuevas realidades de la vida. Una coyuntura para renovar el sentido de nuestra existencia y para generar el ímpetu que la conducirá hasta puerto seguro.
Incertidumbre y sabiduría pueden, por tanto, ir de la mano. Todo dependerá de nuestra actitud. Del chance que aproveche la segunda de la primera. De la entereza para sobreponerse a la angustia y al miedo. De la resiliencia. De la serenidad y el valor. De la visión que aborrece la inmediatez. De la inteligencia. Del saber. De la esperanza bien manejada. De la integridad que caracteriza al sapiente.
La mitología griega es una rica fuente de enseñanzas. Sus aportes, más allá de lo literario, han contribuido a la valoración de las distintas virtudes que hacen del hombre un ser extraordinario. El mito de Jason y los argonautas, que no escapa a ello, es una oda al viaje en que se constituye la vida. Una loa a la necesidad de enfrentar las incertidumbres que nos plantea nuestro paso por la terrenalidad. Una leyenda que incita al dominio de armas como el valor y la persistencia para encarar lo desconocido. Una inspiración que sirvió a Conrad para reafirmar que la sabiduría también se nutre de las más encapotadas incertidumbres.
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