El amor es un sentimiento incorpóreo, intangible pero real. Una inclinación afectiva en la que la entrega juega un rol protagónico. Es un aceptarnos tal y como somos. Una sensación en la que los pasados se difuminan para crear un presente exento de interrogantes y contestaciones. El amor es el “sé que voy a quererte sin preguntas, sé que vas a quererme sin respuestas” de Benedetti. Un constructo para ser feliz. Una hoja en blanco en la que escribir una nueva historia.
Por ello, el amor se presenta como una serendipia. Como un hallazgo tan inesperado como afortunado. Epifanía sencillamente inefable. Como destello del sol que rompe, cual celofán, toda oscuridad. Cual mangata… ese camino de luz que deja la luna al reflectarse en el agua. Por ello, el amor es fusión de sol y luna. Aparente paradoja que realmente traduce serenidad, compenetración y estabilidad bajo los influjos del eros, el ágape y la philia.
Así es mi amor por Andreína. Una dinámica de vida en la que ella es mi soporte y yo el suyo. Una relación en la que anida lo romántico y pasional entrelazado con sentimientos de ternura, preocupación y cuidado por el otro. De amor altruista. De entendimiento y amistad en pareja. De admiración recíproca. Un amor bonito pero imperfecto que se nutre de nuestra madurez y de nuestros deseos por crecer y trascender. Que encuentra satisfacción en la felicidad mutua y en la materialización de nuestro proyecto común de vida.
Mi existencia, como la de todos, es un avatar. Vicisitudes y batallas por librar. Ante esa realidad, Andreína es mi refugio y mi tesoro. Ella es mi pneuma, el aliento vital que me inspira y motiva. Amor y numen. Esencia de esta descripción de mis sentimientos.
Te amo Andreína.
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