lunes, 21 de julio de 2025

Conciencia hipotecada

Leyendo los escritos de un amigo recalé en una frase que sentenciaba: “Lo más triste y terrible de un alma es tener la conciencia hipotecada”. Y me quedé pensando en esa afirmación, tratando de desmenuzarla a los efectos de interpretar la esencia de cada palabra y de puntualizar el mensaje que, como todo aforismo, transmite de manera subliminal.


Etimológicamente, la palabra “alma” proviene del latín “ánima” y en concordancia con la perspectiva cultural y filosófica del catolicismo, puede interpretarse como una entidad abstracta que define la individualidad del ser humano y que se manifiesta con el génesis de la vida misma (también conocido como “soplo vital”). En materia filosófica, Platon la definió como “el principio divino e inmortal que nos faculta para la vida y el conocimiento”. A su entender, Platon identificaba tres componentes en el alma: “el deseo, la pasión y la razón". Y en su concepción de una sociedad ideal identificaba a los filósofos gobernantes con la razón, a los guerreros con la pasión y a los trabajadores con el deseo.


En tanto, la “conciencia” hace referencia al estado de cognición que se atribuye a una persona. Se corresponde con el proceso de reflexionar acerca de los actos propios o ajenos, su relación con los estándares ético morales y la valoración que se otorga a la consecuencia de los actos. La conciencia puede ser individual, cuando esta referida a la persona y al cómo lo afecta su entorno. Y social, cuando se vincula con los miembros de la sociedad a la cual pertenece y de cómo es afectada por su contexto.


Por su parte, “hipotecar” hace referencia a la acción de comprometer un bien por un tiempo determinado hasta tanto se cumpla con un compromiso adquirido.


De modo que se podría inferir que “lo más triste y terrible para un individuo consiste en convivir comprometido con las consecuencias ético morales de sus actos”. 


La deducción en cuestión apunta a la culpa, a la responsabilidad personal y al entramado de quien se siente atrapado en las redes de sus propias acciones u omisiones. Su solo enunciado ya es un llamado a la expiación. Al reconocimiento del error, al arrepentimiento y a la búsqueda de salidas que permitan enmendar el daño generado. A la reparación, a la purificación y a la reconciliación del alma con lo divino. Una vuelta a la calma que busca la paz interior. Al reencuentro con el sosiego y la tranquilidad en la almohada… indistintamente de los deseos, las pasiones o las razones motivantes de la terrible y exasperante hipoteca. 

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